En diciembre del año 2015, luego de siete meses de trabajo en agricultura orgánica produjimos los alimentos suficientes para abastecernos. Tenemos soberanía porque generamos nuestras propias semillas orgánicas que son la base de la producción de la finca, también intercambiamos algunos productos con familias campesinas de la comunidad de Ajumbuela.
Para lograr esta meta destinamos 1500 metros de terreno de Shungo Tola al cultivo de verduras, hortalizas y plantas medicinales. Debemos reconocer que sin el apoyo de la Red de Guardianes de Semillas habría sido imposible obtener las simientes de los cultivos orgánicos que debíamos organizar.
El diseño del huerto nos tomó mas o menos un mes. Desde el plano hasta el papel fuimos trazando las líneas del agua key-lines, los espacios para biofiltros, humedal, zanjas de infiltración, tanques y estanques que nos ayudarían a obtener el máximo de humedad pasiva en una zona y en una época muy seca, como la que pasamos al llegar en aquel año preliminar a El Niño, la corriente que azotó con sequías medio planeta.
Las siguiente decisión fue construir estructuras para sostener camas intensivas de doble excavación en buena parte del huerto con la intención de conquistar poco a poco el terreno abandonado de abonos durante años. El diseño previo nos obligó a considerar el tipo de suelo, en este caso calcáreo, arenoso, con una capa limitada de manto pero enorme cantidad de minerales. Aportamos materia orgánica, rastrojo y un quintal de bocashi por cada espacio intensivo de siembra. Las estructuras deberían abastecernos sin, tocar, levantar ni arar el suelo, por un año.
Una condición indispensable en el diseño fue adaptarnos a lo existente: las casas en ruinas que restauraríamos, los árboles frutales y, especialmente, la presencia de la quebrada con su ladera, descubriendo abajo el riachuelo que pasa por un costado de la finca. ¡Bendiciones del Gran Espíritu!
Estudiamos durante un mes la condición y presencia de todos los elementos en el espacio, el comportamiento de las plantas, su afinidad con otras y, finalmente, organizamos intercultivos de familias amigas que fuimos probando durante siete meses, hasta ver florecer todo con tal ímpetu que nos dimos cuenta de estar en el camino correcto.
Desde que empezamos a sembrar, lo hemos hecho con regularidad en cada luna creciente y llena. Sin falta, cuando la Abuela asciende sobre el horizonte nocturno en Urcuquí, al día siguiente ponemos semillas en el vivero y ubicamos nuevos plantines en las camas, en los huachos, en el borde de los caminos y en las laderas, con toda la fe y la esperanza puestas en la Madre Tierra.