Queridos amigos y amigas de Shungo Tola, si están suscritos a nuestro Blog recibirán este artículo a través de la nueva web, que junta todos los afanes, los sueños, las ilusiones, los emprendimientos, y el día a día en este nuevo estilo de vida que hoy comparto con ustedes, como «La Vía del Cuy». Si aún no se han unido, es la oportunidad para hacerlo.
Cada mañana, y tres veces al día, alimentamos a nuestros animalitos con todo tipo de hierbas del jardín, del monte. de la quebrada en Shungo Tola. Todos quienes habitamos en este amoroso espacio, convivimos con muchos seres a nuestro cuidado. Si contáramos a las abejas y sus panales sumarían más de cien mil, pero hoy les quiero contar cómo cuidamos a treinta cuyes, más o menos.
Hace una década no habría imaginado dedicarme con alma, vida y corazón a la Vía del Cuy. Había transitado por el Za-zen, con mi maestra amada, Vera Khon. Entre las horas de los retiros y sus sabias palabras, el no pensar se convirtió en un regalo incomparable.
Acudía por las noches a su Dojo, que funcionaba en el sótano del CDI en la Avenida 12 de octubre, Quito, dónde los cojines zafu, los bancos de meditación y las esteras, para los más avezados, se ofrecían con la intención de mantener una hora de calma, paz e inmovilidad profunda y consentida. El primer año contaba del uno al diez en cada inspiración y espiración, siempre desde el vientre, recordando las clases de canto coral donde también medité desde los quince años.
Con el tiempo llegó el día del olvido de mi misma. Sin pensar, los minutos se sumaron hasta que la campana anunciara el fin de la jornada de za-zen, que podía haber transcurrido en cinco minutos o en hora y media.
Algo así me ocurre ahora cuando muy temprano me cuelgo la canasta, tomo la oz, el mejor instrumento inventado por los agricultores, y recorro la finca buscando la mayor variedad de todo tipo de buenezas, como se llaman hoy, a las cincuenta variedades que he logrado contar y que pueden ser comida de cuy.
Esta vía es tan real como la sobrevivencia y la muerte. Si me equivoco y coloco cicuta en el plato, no los volvería a ver, si hay demasiada agua y no se ha oreado la comida, los cuyes tendrían una dispepsia dolorosa y mortal, sobre todo los delicados bebés que adoran el pasto fresco y una que otra malva silvestre florecida.
Ese ver y observar con cuidado cómo ha crecido todo, qué falta y qué sobra, dónde ubicar más comida, y con ella, más hierba de cuy, hace de la tarea una forma de meditar sin pensar, solo observando, como recomendaba Masanobu Fukuoka, el gran meditador y folósofo del campo.
Con paciencia y constancia recojo: malva, platanillo, pacunga, chayote, lengua de vaca, diente de león, churomama, trébol blanco y amarillo, bledos, arrayán, anís de monte, calahuala, nabos silvestres, ñachay, tipo blanco, escancel, borraja blanca, trinitaria, ocapi, tsunfo, gavilán jigua, forastera, pata de pájaro, mastuerzo, sambo, menta, falsa quinua, girasol, insulina, alfalfa, vicia, tres reales, botón de oro, botoncillo, llantén, escubillo, ortiga negra, nigua, cabestrillo, rabo de zorro, plumilla, guascas, chia silvestre y avena, entre otras hierbas de cuy.
La vía del cuy recién empieza cada día con el ritual cuidadoso, recogiendo, respirando, mirando, al escuchar a las abejas, que a primera hora de la mañana me acompañan en la tarea de alimentar y cuidar. El proceso diario continúa seleccionando de todas estas hierbas, las más adecuadas para preparar una infusión depurativa. Porque todas las hierbas de cuy son medicinales y comestibles. Se suman a nuestras vidas en el desayuno que solo puede prepararse cuando todos los animales de la finca han sido atendidos: las veinte y cinco gallinas, la familia de amorosos conejos y los peces que nos obsequian azolla, su alimento favorito que comparten con todos nosotros.
La vía del cuy es un camino de silencio, concentración y poco pensamiento, pero no exenta por eso, de razón. Se abre a recibir los mensajes de la naturaleza que siempre es posible escuchar cuando expresa sus deseos, pero que pocos perciben en medio del ruido incesante de la ciudad. Con seguridad esta es la vía del nuevo futuro humano, que se abrirá cuando todas las personas vuelvan al origen, y se conecten al respirar profundamente con un puñado de tierra en las manos.